2.3.21

El pasillo de mi casa

 Hay días que las ganas se me rebosan por los ojos y salen tan fuerte que pienso que me voy a quedar ciega, pero las ato a la pata de la cama y les cuento la historia de aquella chica que no supo ser paciente. Hay días que me tiemblan las manos, se me ponen muy frias y me queman de las mismas ganas también. Hay días que me late el pecho del ansia  de saber más, de conocer, de matar la curiosidad. No sé si se me aguantarán ahí. Hay días que, por un momento, no me acuerdo de que ya soy capaz de atravesar el pasillo largo de mi casa a oscuras y me sale el miedo de debajo de las uñas, titubeo, dudo de mi  y me recrimino un poco también por volverme a cuestionar  si de verdad puedo hacerlo. Hay días que esa inseguridad  ya no me hace suya, que puedo ignorarla y cuando no, me la como con las mismas ganas que me comía un hamburguesa de un euro después de salir a bailar. Hay días que no.

Me muero por  salir a bailar. 

Aunque yo no sé bailar.

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