En mi patio hay una palmera, alta y ahora peladita. Desde
que la conozco siempre fue alta. A veces peladita, otras no. Pero lo que sí sé
es que antes era verde. Tenía los colores de las montañas. Sus hojas no estaban
tan comidas por el sol y su tronco estaba fresquito cuando le daba la sombra.
Ya no es verde mi palmera. Ahora su piel parece que está muerta. Parece, porque
no lo está. No está muerta pero sí parece que esté dormida. Como si se hubiera
prendido fuego. Como si la vida ya no fuera con ella. Como si no le doliese
nada. Como si estuviera cansada de estar aquí. Parece que la puedo partir de
dos o tres patadas. Parece, porque no es así. Y no es así porque pelona y peleona.
Normal que sea peleona… si no, aguantar tantas maldiciones hacia su ser durante
años no hubiera sido soportable. Mi palmera aguanta. Se aguanta. Escupe dátiles
y estría muros. Mi palmera, muerta en vida, da hogar a los mirlos y las
tórtolas. Mi palmera, parece dormida. Como si la vida no fuera con ella, de
verdad. Pero parece que toca las nubes
si la miro desde abajo y se pone naranja cuando atardece. Mi palmera.
Y es que a lo mejor, el mecanismo de defensa de mi palmera se
parece al que me rumia en la copa de mi
cabeza. Quizás sea al revés. Como si no pasase nada pasan los días y sigo
acariciando las nubes si me miras desde abajo. Me pongo naranja al atardecer. A
lo peor si. Piel que se descama si la arrancas y suelta polvillo que huele a
tierra seca. Por dentro, tiernita, aunque no verde. Palpitante a mi pesar.
Quieta. Como si la vida no fuera conmigo. Negra y oscura, como si me hubiera
prendido fuego. Hogar de mirlos y tórtolas. Como si no me doliese nada.
Aguanto. Me aguanto.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
bocanada de aire!