Qué raro cuando transitas, por túneles con agujeros. ¿Qué es
transitar? Lo intento para romper con paredes que parecen transparentes, pero
no. Porque a veces la propia sombra de una que se pega a la pared es la que lo
pone todo oscuro y no ves. Y pones los ojos chinitos porque así crees que ves
mejor. Y tienes que pegar la oreja para
ir dando golpitos y descubrir por donde está hueca y pegar el martillazo justo
ahí. Y romperla.
Transitar por ahí no da miedo. O a veces sí. Por eso
postpongo la alarma que me avisa que debería ir yendo. Porque, aunque no da
miedo da cosita.
Como dice la canción que le gusta a Andrea y tiene escrita
en una pizarra con tiza, seguiremos dando palos de ciego al ai·re... seguiremos porque
tengo palos y aprieto los ojos para que se queden ciegos y no ver más. Pero no
quiero ser ciega porque me gusta mucho ver. No puedo dejar de ver. Ver, ver. Dejando
miguitas de pan. Para que se las coman los lagartos verdes sudados de estar al
sol. Y las tórtolas de la palmera. Que se posan en los clavos rumbientos calientes
de estar al sol. Y se queman. Eso es lo malo. De transitar. Que te quemas. Pero no es
lo malo. Es lo mejor.
Como los cayados chiquitos estriados por el mar que se
mueven en la orilla cuando vienen las olas, las suaves. Que los mecen, que los
arrulla, que los acaricia despacio, con cuidado, los mueve un poquito y los vuelve
a dejar en su sitio. Y suena bajito si lo escuchas. Como cuando los pisas
fuerte. Como cuando el gato arrastra la arena para tapar la mierda.
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