29.7.21

El balcón del toldo naranja

 

El balcón del toldo naranja fue más que un balcón. Desde ese balcón tenía el mar metido en casa y desde allí se escuchaban las olas romper los días de mar de fondo. Creía que no lo echaba de menos, pero sí. Más de lo que me imaginaba. Cuánta felicidad mantuvo y cuánto amor también. En ese balcón fui. Fuimos. Fui. Desde ese balcón me pelé como una mandarina a mí misma. De todo eso fue cómplice. Y es que confieso que me desconsolé al pasar y ver colgadas de las liñas bragas que no son mías, porque aunque ese balcón nunca fue mío, lo siento como si. Las canciones tristes que escuché sentada allí. Mirando el mar. Todas las piedras que pinté, todas las cervezas que me bebí. El balcón, conoció a desconocidos y mantuvo a todos mis amigos apretados sentados porque nadie se quería perder estar en el balcón. Vía de escape en las noches de pena y cómplice de ratitos al sol con el café. En ese balcón hice arte. Fui arte. Cuántos amaneceres y atardeceres. Y es que ese balcón sabía más cosas de mí que yo. Todos los instrumentos estrafalarios que se tocaron. Cuántos besos. Cuánta vida. El balcón que era puerta de viajes astrales y salvación de las noches de insomnio. Casa de tórtolas y pardelas. Allí aprendí a escribir en primera persona y no en segunda. Todas las botellas de vino. Todas las velas que encendí. Toda la felicidad. Se me quedaba pequeño para tanto, pero que inmenso. Fue mi salvación en tantos días de duelo. Mi balcón de rejas canelas, que ya no tiene lucecitas de colores, que pena.

Estos últimos días pensé demasiado en el balcón del toldo naranja. Tengo pensamientos intrusivos de que cometí un error al abandonarle. Creo que más que echar de menos al balcón, echo de menos a la persona que me convertí allí y que ahora se siente tan distante de esa realidad. De esa libertad. De esa intimidad. De esa yo, en el balcón.

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